En el capítulo dedicado al hábito, en “Los Principios de Psicología” (1890), William James introducía como concepto clave: la plasticidad del sistema nervioso y del cerebro, un fenómeno que experimentalmente él no podía estudiar pero que era una consecuencia derivada de los resultados de las investigaciones contemporáneas en diversos campos de la Biología y la Fisiología. La plasticidad hace referencia a cómo el aprendizaje, la adquisición de habilidades, las influencias interpersonales y sociales y otras variables del contexto pueden ejercer un efecto en la estructura física del cerebro, modificándolo y estableciendo nuevas relaciones y circuitos neurales que a su vez alteran su funcionamiento.
Este concepto, estudiado experimentalmente a finales del siglo XX, es una de las claves en la actual Neurociencia Social, disciplina que trata de combinar e integrar diferentes elementos conceptuales y metodológicos procedentes de las Neurociencias y de la Psicología Social, con el objetivo de comprender –evitando tanto el dualismo como cualquier tipo de reduccionismo– cómo los procesos neurales, hormonales e inmunológicos influyen en, y son influidos por, los comportamientos y los procesos psicosociales. En otras palabras, la Neurociencia Social pone el énfasis en el modo en que el funcionamiento cerebral influye sobre los procesos sociales y estos, a su vez, influyen sobre el cerebro, utilizando para el estudio de estas relaciones métodos psicosociales y biológicos.
Hubo que esperar más de medio siglo para que Donald O. Hebb, en su trabajo “Organización de la Conducta”, retomara estas ideas y afirmara que la experiencia modifica las conexiones corticales, de manera que incluso el cerebro de una persona adulta está constantemente cambiando en respuesta a la experiencia. Investigaciones recientes han demostrado que Hebb estaba en lo cierto y que los cambios plásticos en el cerebro se encuentran asociados al aprendizaje y a la memoria, a la adquisición de habilidades, e incluso al establecimiento de adicciones. En la actualidad se ha demostrado que son varios los factores que influyen sobre la plasticidad cerebral: la experiencia pre-y post-natal, los genes, el consumo de drogas, las hormonas, la maduración y el envejecimiento, la dieta, el estrés, o las enfermedades y los accidentes. En definitiva, toda experiencia deja una huella.
Esta afirmación ha sido confirmada de modo experimental por hallazgos recientes en Neurobiología, que muestran cómo la plasticidad de la red neuronal permite la inscripción de la experiencia, la cual modifica permanentemente las conexiones entre las neuronas, provocando cambios tanto de orden estructural como funcional. Avances recientes señalan un importante factor implicado en los cambios en el funcionamiento cerebral: el mundo social. De los estudios realizados sobre recuperación de funciones cognitivas tras daños cerebrales, se deriva que los procesos de aprendizaje para ser conscientes de cosas nuevas dependen críticamente de la interacción social.
Si bien nos encontramos aún en el comienzo de los estudios experimentales que permitan comprobar el alcance de estos planteamientos, más de un siglo antes de estos hallazgos James ya se sentía estimulado por las hipótesis sobre los fenómenos de plasticidad y su relevancia para el estudio del comportamiento humano.
(Fuente: “Brain Plasticity and Habit in William James, an Antecedent for Social Neuroscience”, Psychologia Latina – 2012, Vol. 3, No. 1, 1-9)
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