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LOS TEXTOS SAGRADOS Y LAS NEUROCIENCIAS

  • Foto del escritor: Pablo Puccio
    Pablo Puccio
  • 29 ene 2020
  • 4 Min. de lectura

En mi afán por ahondar aún más en el estudio de la Neurociencia Social, días pasados me topé con un escrito de un investigador, docente y médico clínico, el Dr. Ricardo Teodoro Ricci, que atrapó mi atención al punto de querer compartirlo casi textual pero que, por la riqueza del material y lo extenso del mismo, amerita hacerlo por etapas.

Isaías y la Neurociencia Social (parte 1)

“Compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo, cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne. / Entonces despuntará tu luz como la aurora, y tu llaga no tardará en cicatrizar, delante de ti avanzará la justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. / Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y el dirá: ¡Aquí estoy! Si ofreces tu pan al hambriento, y sacias al que vive en la penuria, la luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía” Is. 58, 7 – 10

Resulta llamativo recurrir a un texto sagrado para vincularlo con los nuevos hallazgos en el campo de la Neurociencia Social, es cierto. Sin embargo, traer desde la memoria remota contenidos de la sabiduría humana de la antigüedad resulta un modo muy poderoso de constatar que los mecanismos que hoy se descubren y aparecen a la luz de la ciencia y la divulgación científica, fueron y son de práctica habitual entre los seres humanos de todas las épocas. De hecho recientemente leí un atinado artículo en el que se recurre a textos talmúdicos y a experiencias de rabís con el fin de instruir a estudiantes de medicina en la práctica de las entrevistas médicas, con motivo de desarrollar un mayor nivel de empatía y de pensamiento integrador. Vale decir entonces que, recurrir a estos textos, tiene ventajas nada despreciables: despiertan nuestra atención, condensan sabiduría de siglos, y permiten que al vincularlos con conocimientos actuales desarrollemos nuestro propio pensamiento integrador.

Debo destacar una ventaja adicional: nos advierte que la historia humana no comenzó con nosotros, que el homo sapiens ha desarrollado una sabiduría eficaz y eficiente aún antes de que naciera lo que hoy conocemos como ciencia, y que la sabiduría de los siglos bien puede ser integrada lo que redunda necesariamente en una potenciación de los saberes y vuelve más poderosos nuestros propios fundamentos.

Niveles de análisis:

El sustancioso texto de Isaías acepta por lo menos tres niveles de análisis.

El primero de ellos es el del contenido teológico al que incluso podríamos llamar religioso sin caer en una confusión de ambos términos. En este nivel, se pondera la interacción humana a la luz de la mirada de lo sagrado que valora en grado sumo el servicio que los hombres se prestan entre sí. Esa actitud servicial posee su mérito y promueve una respuesta amorosa de Dios que se congracia con los hombres manifestándoles su complacencia. Estas actitudes serán aún más fomentadas en el Evangelio, dándoles valor de obras de misericordia, siendo especialmente destacadas en la parábola del Buen Samaritano en donde se identifica al otro necesitado como al genuino prójimo/próximo.

Un segundo nivel de análisis es el sociológico. El cuidado, la atención por aquel que pertenece a la misma comunidad o grupo, contribuye a la consolidación del tejido social. Quien auxilie a un prójimo acuciado por algún tipo de necesidad, colabora con el restablecimiento de un miembro de la comunidad, fortaleciendo de ese modo a la totalidad del grupo. Esa actitud merece el agradecimiento y el reconocimiento del resto de la sociedad que ambos contribuyen a constituir.

Finalmente podemos considerar el nivel de existencia. El hombre es quien es, sólo en el seno de un grupo en el que es reconocido, nombrado y distinguido. El hombre no existe en soledad, depende de una comunidad en cuyo seno nace, se desarrolla y muere, no sólo como una entidad biológica que cumple su ciclo vital, sino como integrante de un mundo social en el que ocupa un lugar único al que accede rodeado del cuidado de una madre, la contención de una familia, protegido y circunstanciado en el seno de un grupo social en el que es reconocido por su nombre.

Nos concedemos la licencia de denominarlo nivel de existencia, pues en el cuidado del otro que implica su reconocimiento como un genuino otro, el yo se edifica y fortalece al punto de poseer una auto y hétero confirmación de su propia existencia. El ser humano ‘es’ en el ‘mundo’ en la medida en que su singularidad ha sido iniciada, sostenida y fomentada por una serie más o menos extensa de otros. Podríamos decir que el ser humano, es el resultado de las interacciones humanas de las que participó a lo largo de su existencia. Su dotación genética originalmente única, redobla la apuesta de singularidad al estar expuesta a los cambios epigenéticos provocados por el ambiente físico/geográfico, por las circunstancias históricas/biográficas, y por el contacto ininterrumpido con los otros hombres constituidos en grupo, por lo tanto, rodeado de un ‘mundo’ social cultural y normativamente diferenciado y diferenciante. Ese es el ser humano que, al decir de Isaías se siente confirmado en su existencia gracias a sus acciones generosas: “Si ofreces tu pan al hambriento, y sacias al que vive en penuria, (entonces) tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía”. Si cuidas de tu prójimo, entonces serás reconocido como el que eres.

Siempre es conveniente recordar que las cosas pueden ser de otro modo. El carácter de recomendación enfática, casi de mandato, que el texto de Isaías posee, está determinado justamente por la posibilidad humana de hacer todo lo contrario a lo indicado. Es preciso tener acceso a lo íntimamente humano como para humillar, torturar, envilecer y aniquilar a otro ser humano. Los mismos mecanismos que nos acercan a los hombres, nos separan de ellos. El odio racial, la exclusión definitiva del otro, presupone el reconocimiento de la diferencia y la confirmación de su existencia. El ser humano es capaz de aniquilar a ese único otro que, entre las nebulosas de la miseria y la negrura del odio, reconoce y afirma su existencia. Es decir cometer el crimen más absurdo, hacer desaparecer a aquel gracias al cual mi identidad original estaba asegurada. La introducción de este párrafo se funda en que es conveniente anunciar la propia pérdida de la inocencia. Habiendo sido ciudadanos del siglo XX, debemos reconocer en el hombre toda su abnegación y a la vez toda su abyección, además es preciso, a los fines del presente escrito, destacar que ambas se fundan en los mismos mecanismos subyacentes.

Hecha esta salvedad, continuaremos con nuestro recorrido en una próxima entrada.

(Fuente: Intramed – Arte y Cultura)

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