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El Deseo

Foto del escritor: Pablo PuccioPablo Puccio

“El sujeto está sujetado al deseo.” (Lacan)

Tomando las palabras de Jaques Lacan, coincidimos en que el deseo humano está relacionado con la falta. Yo deseo porque algo me falta, y ese deseo genera en mi la capacidad de búsqueda, de indagación, de creación. Lo mismo ocurre en lo social, porque para Lacan la incompletud, la falta, es propio de la sociedad. Es decir, no hay ninguna sociedad completa, por lo que las sociedades siguen cambiando, se siguen redefiniendo.

James Joyce, novelista y poeta irlandés dice: “el deseo nos incita a la posesión, a movernos hacia algo”. Esto obviamente lo trasladamos a nuestro círculo íntimo, personal, a esa micro-sociedad que vamos redefiniendo día a día, en ese compartir deseos propios que finalmente se devienen en un deseo colectivo.

Un ejemplo es el deseo por el saber, ese deseo que nos convoca, que nos moviliza constantemente al aprendizaje partiendo desde el autoconocimiento y potenciando nuestra capacidad creativa. Con respecto a esto acotaba una de mis entrañables profesoras: “esa falta (del saber) nos permite convertirnos en seres deseantes que avanzan y proyectan; en individuos embebidos del más fuerte combustible.”

Por eso no estamos hablando de un mero deseo narcisista patológico, caracterizado por una exagerada sobrevaloración de sí mismo, nos estamos refiriendo al deseo motivador y constructivo. En su libro El alma está en el cerebro, Eduard Punset afirma:

“Si bien el deseo rebosa incertidumbre acerca del itinerario, a muchas personas les garantiza la seguridad en cuanto a los pasos dados. Bien entendido el deseo no es una voz oscura, confusa y estúpida, sino que – en una persona madura – es luminosa, clara e inteligente. Las emociones están en la base de los deseos, y de la inteligencia se dice que es emocional.”

Concluimos entonces que en este contexto el deseo se constituye en la energía que potencia nuestras capacidades y vigoriza nuestras fortalezas; saber canalizarlo es nuestro mayor desafió. Yendo más allá en el tiempo, el mismísimo Aristóteles se nos anticipó y lo definió así: “Sólo hay una fuerza motriz: el deseo”.

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