El psicólogo social Carlos Martinez, cita en uno de sus apuntes algo que llamó mi atención en forma muy especial: “Todo lo que hace el hombre debe necesariamente pasar por su cabeza antes.” Supongo que quiere dar a entender que todo lo que actuamos está atravesado por nuestra particular percepción del mundo que nos rodea, la cual va desarrollando en nosotros un conjunto de creencias que, de acuerdo a un contexto y a un momento histórico determinado, constituyen nuestra ideología. También Enrique Pichón Riviére es coincidente con esto al decir que, “ideología es aquello que nos mueve o promueve a una acción determinada”.
Siguiendo con Martinez, este amplía diciendo: “toda mi vida me dediqué al mundo del trabajo, siempre fue algo de mi interés, entonces la hipótesis que formulé fue en base a mi ideología previa. Otros que también se dedican a la Psicología Social en el mundo del trabajo, lo hacen desde otra ideología. Entonces no ven a los sujetos trabajadores de la misma manera.”
A su vez, podemos apreciar que Pichón Riviére llegó a su desarrollo teórico a partir de su propia visión del mundo, a partir de un conjunto de experiencias, conocimientos y afectos. En ese conjunto hay ideología. Él partió de la ruptura con el psicoanálisis, de su articulación con el marxismo y el existencialismo, de poner en cuestión la neutralidad del agente de cambio (que no es neutral sino abstinente), de la importancia de la praxis, de sacar el diván a la calle.
A pesar que las ideologías también son contradictorias y que dentro de un mismo sujeto conviven distintas de ellas, no necesariamente cuando hablamos de que algo es ideológico decimos que es bueno o malo. Lo importante es saber qué hago socialmente con esas contradicciones y ser conscientes en que lugar estamos parados cuando decimos lo que decimos. Con respecto a esto me viene a la memoria un párrafo de una conocida canción de Alejandro Lerner: “… defender mi ideología, buena o mala pero mía, tan humana como la contradicción.”
Mientras ello ocurra en un marco de convivencia madura el intercambio sociocultural será enriquecedor, a la vez que formador de nuevos conceptos bajo una percepción más ampliada del entorno. Sin embargo, también ocurre que muchos transitan por la vida intentando imponer su ideología -que no es lo mismo que defender- a cualquier precio, transformando esa posición ideológica en un fanatismo patológico.
Psicológicamente hablando, la persona fanática manifiesta una apasionada e incondicional adhesión a una causa, un entusiasmo desmedido y/o monomanía persistente hacia determinados temas, de modo obstinado, algunas veces hasta indiscriminado y violento. El psicólogo de la religión Tõnu Lehtsaar ha definido el término fanatismo como la búsqueda o defensa de algo de una manera extrema y apasionada que va más allá de la normalidad, a la vez que se caracteriza por la ausencia de la realidad.
De este modo, cuando la ideología se contradice tan clamorosamente con la realidad, deviene en fundamentalismo de la peor y más peligrosa de las especies; porque abunda en el error para encubrir la defensa de intereses propios y porque agita el dogmatismo intransigente de los que se proclaman portadores de la única verdad posible, con lo que se dinamita el debate cabal de las diversas ideas que se supone han de convivir en toda sociedad democrática.
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